First Spanish Reader 28. Carta a Díos por Gregorio López y Fuentes La casita de Lencho estaba en el cerro. Desde allí se veía el río y, junto al corral, el
campo de maíz ya maduro y el frijol en flor. Todo prometía una buena cosecha.
Pero para ello se necesitaba lluvia, mucha lluvia, o, a lo menos, un fuerte aguacero. Desde temprano por la mañana Lencho examinaba el cielo hacia el noreste. —¡ Ahora sí que
lloverá! Su esposa , que estaba
preparando la comida, asintió:
—Lloverá si Dios quiere. Los hijos más grandes de Lencho arrancaban la mala hierba en los sembrados mientras los más pequeños jugaban cerca de la casa. La vieja los llamó: —¡ A comer, ya! Durante
la comida grandes gotas
de lluvia comenzaron a caer. Enormes nubes negras avanzaban hacia el noreste. El aire estaba cada vez
más fresco y dulce, y Lencho observaba
sus campos con placer. Pero, de pronto, sopló un viento fuerte y comenzó a granizar. —¡ Ahora sí que
se pone feo esto!— exclamó Lencho.
Sí que se puso feo: durante
una hora cayó el granizo sobre la casa, sobre el maíz, sobre el frijol, sobre todo el valle. El campo estaba blanco, como cubierto de sal. Los árboles, sin una sola hoja. El frijol, sin flor. Lencho se iba angustiando cada vez más y cuando
la tempestad pasó dijo con voz triste a sus hijos: —Esto fué peor que
las langostas; el granizo no ha dejado nada. No tendremos ni maíz ni frijoles este año. La noche fué triste:
noche de tristísimas lamentaciones. —¡ Todo nuestro trabajo perdido! —¡ Ya nadie nos podrá
ayudar! —¡ Este año pasaremos hambre! Sólo guardaban una esperanza en el corazón los habitantes del valle: la ayuda de Dios. —Aunque el mal es muy grande,
nadie se morirá de hambre: Dios nos ayudará. —Dios es bueno; nadie se morirá de hambre. Lencho pensaba en el futuro. Aunque era un hombre rudo, que trabajaba
como una bestia, él sabía
escribir. Así es que decidió
escribir una carta y llevarla él mismo al correo.
Era nada menos que una carta a Dios: “Dios, si no me ayudas, pasaré hambre con toda mi familia durante este año. Necesito cien pesos para volver a sembrar y vivir mientras viene la cosecha, porque el granizo . . .” Escribió "A DIOS” en el sobre.
Metió la carta en el sobre. Fué al pueblo, a la oficina de correos, compró un sello y lo puso a la carta y la echó en el buzón. Un empleado la recogió más tarde, la abrió y la leyó, y, riéndose ,
se la mostró al jefe de correos. El jefe , gordo y bondadoso,
también se rió al leerla pero muy
pronto se puso serio y exclamó: —¡ La fe! ¡Qué fe tan pura!
Este hombre cree de veras
y por eso le escribe a Dios. Y para no desilusionar a un hombre tan puro,
el jefe de correos decidió contestar la carta. Pero primero
reunió algún dinero: dió parte de su sueldo y pidió
centavos y pesos a sus empleados
y a sus amigos. Fué imposible reunir los cien pesos pedidos por Lencho. El jefe de correos le envió sólo un poco más de la mitad. Metió los billetes en un sobre dirigido a Lencho y con ellos una carta
que consistía de una palabra: DIOS. Una semana más
tarde Lencho entró en la oficina de correos y preguntó si había carta
para él. Sí, había, pero
Lencho no mostró la menor sorpresa. Tampoco se sorprendió al ver los billetes, pues el tenía fe en Dios y los esperaba. Pero al contar el dinero se enfadó. En seguida se acercó a la ventanilla, pidió papel y tinta, y se fué a una mesa a escribir: “Dios, del dinero que te
pedí sólo llegaron a mis manos sesenta pesos. Mándame el resto, porque lo necesito mucho, pero no me lo mandes por correo porque
todos los empleados de correo son ladrones. Tuyo, LENCHO.” |